Hoy me he vuelto a encontrar, un poco por casualidad, con un artículo de Enrique Dans que en su día me llamó bastante la atención. En él, el autor criticaba el despido de un profesor por haber uitlizado un blog como motor de una asignatura. Más allá de las aseveraciones que hace el autor, que no voy a entrar a valorar, sí que quiero destacar uno de los argumentos que se utilizan en él, y es el de la capacidad que tiene a día de hoy la tecnología para cambiar la forma de hacer las cosas. Un argumento que también se repite una y otra vez en el libro que estoy terminando de leer, The Long Tail, y que en el fondo es el origen del post en cuestión.
La tecnología nos abre un mundo completamente nuevo y diferente. Un mundo virtual en el que, a diferencia del mundo físico, las reglas no están escritas, y podemos definirlas a nuestra conveniencia. Esa es su principal ventaja, pero también su principal riesgo. Porque no podemos desenvolvernos en el mundo virtual con las reglas del mundo físico sin correr el riesgo de equivocarnos, y no podemos perder de vista que la gravedad de nuestra equivocación viene determinada por lo diferentes que sean las reglas en uno y otro mundo.
El ejemplo de la pizarra digital es fácil de entender. Es una pizarra, y como tal se puede utilizar, sencillamente escribiendo sobre ella. Se puede pintar con colores, no mancha, y como lo escrito son sólo líneas en una pantalla se puede borrar por completo con un simple gesto. Es decir, que la pizarra digital puede seguir siendo sólo una pizarra moderna. Pero también es una pantalla táctil multimedia, y como tal permite muchas otras posibilidades: desde "traer la pizarra escrita" en una presentación, hasta utilizar vídeos o la navegación por Internet como herramientas lectivas, o muchas otras que a mí ni siquiera se me ocurren. El problema de este segundo caso es que el método clásico de clases magistrales quizás no sea el más apropiado para sacar provecho de este tipo de herramientas. Y si tratamos de forzar ese encaje, puede que el resultado no sea el óptimo.
Si bien el caso de la pizarra digital puede ser anecdótico, podemos ampliar el papel de la tecnología y confrontar el formato de enseñanza tradicional con el del e-learning. ¿Es válida la misma metodología de enseñanza para ambos casos? ¿Un profesor en ambos casos necesita tener las mismas aptitudes y conocimientos? ¿De hecho, el propio perfil del profesor es equivalente en ambos casos?
El ejemplo de la enseñanza no es un caso aislado. En todos los ámbitos de nuestra actividad, la utilización de la tecnología puede cambiar (y de hecho, ya lo ha hecho en muchos casos) la forma de entender nuestra sociedad y nuestro mundo. La comunicación, el trabajo, el transporte... Sin darnos cuenta hemos ido integrando el uso de la tecnología en nuestras vidas, en unos casos de forma natural y en otros de manera más traumática. El problema actual es que los cambios tecnológicos son tan rápidos que no estamos siendo capaces de asimilar las consecuencias de su uso, los cambios de fondo que provocan. No somos capaces de elaborar las reglas del mundo virtual a la velocidad adecuada, y la adaptación de las reglas físicas nos juega malas pasadas.
En el fondo, quizás estemos simplemente ante una brecha generacional, y la generación Y (o Z, ya no tengo muy claro cuál es cuál) pueda afrontar estos retos de forma natural. O puede que no. En el fondo, la gran duda es si la sociedad será capaz de afrontar los riesgos tecnológicos de forma correcta, o si llegaremos a asumir riesgos excesivos por no ser conscientes de ellos o por no saber cómo reducirlos. ¿En qué quedará todo? El tiempo lo dira...
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