Basta con salir un sábado por la noche para darse cuenta de que la longitud de las faldas que llevan las jóvenes (y no tan jóvenes) no se parece en absoluto a la de hace 10 ó 15 años. De hecho, si echamos la vista atrás podremos observar cómo en los últimos 100 años la cantidad de tela que cubría los cuerpos femeninos no ha hecho sino disminuir progresivamente. Durante el último siglo, la madre (ya no digamos la abuela) riñendo a la hija por la longitud de la falda ha sido un tópico repetido generación tras generación.
Lo que a veces no nos paramos a pensar es en lo que hay detrás de ese tópico. Y no estoy hablando de la teoría económica de la longitud de las faldas, sino de los motivos que llevan a las madres a insistir a sus hijas en que se tapen más. Sencillamente, consideran que están exponiendo demasiado su intimidad, al menos más de la que ellas consideran aceptable. Olvidando, por cierto, que ellas mismas hicieron lo mismo en su juventud...
En definitiva, creo que es evidente que cada generación tiende a mostrar en público más aspectos íntimos que la generación anterior. Las faldas, escotes o trajes de baño no son sino una representación muy gráfica de este hecho. Y la aparición de las redes sociales no ha hecho más que trasladar esta realidad al ciberespacio.
Mientras unos pocos (generalmente en la edad adulta) nos empeñamos en que las redes sociales implementen mayores medidas de privacidad, vemos escandalizados cómo las nuevas generaciones (nativos digitales, no lo olvidemos) no se preocupan por la cantidad de información íntima que publican en ellas. Y observamos cómo, incomprensiblemente para nosotros, no hacen prácticamente uso de las opciones de privacidad ni siquiera cuando saben que existen. Olvidando que no hacen sino trasladar a su realidad cotidiana los mismos principios que nosotros, en nuestra juventud, aplicamos a la nuestra: lucir un poco más de palmito tratando de conseguir un poco más de atención e interés por parte de los jóvenes del sexo opuesto de nuestro entorno. Al fin y al cabo, las únicas diferencias son que nuestro entorno físico era mucho más reducido que el suyo virtual, y que las posibilidades de "parecer interesantes" que tienen ellos van mucho más allá de los centímetros cuadrados de piel que estén dispuestos a enseñar.
Bajo ese punto de vista, creo que las estrategias que utilizamos para inculcar principios de privacidad entre las nuevas generaciones no son las más eficaces. Insistimos una y otra vez en que conozcan las opciones de privacidad que existen, en que sean conscientes de los peligros que acechan... ¿Acaso el clásico dicho de que "hay mucho violador suelto" ha amedrentado alguna vez a una joven para cambiar su indumentaria por una más "recatada"?
Me temo que la única estrategia que a medio plazo puede servir para tratar de inculcar una cierta preocupación por la privacidad en las nuevas generaciones es la de fijar el umbral mínimo socialmente aceptable. Lo mismo que una joven nunca estaría dispuesta a salir a la calle "vestida como una p..." (ojo, bajo su criterio, no bajo el de su madre), creo que nuestra aspiración debería ser la de definir ese nivel de privacidad mínimo que "una persona decente" no debería superar. Con la dificultad añadida no sólo de definir ese nivel (que siempre va a ser menor que el que nos gustaría), sino de lograr asociarlo a una figura "socialmente rechazable", como en el caso anterior. Y mientras tanto, resignarnos a ver cómo los jóvenes de hoy en día están dispuestos a enseñar a todo el mundo partes de sí mismos que a nosotros nos parecen íntimas y personales. Al fin y al cabo... no ha sido siempre así?
25 septiembre 2012
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